La copa no es tan reciente como suele creerse, el vaso sucedió al cuerno de uro en la época romana y más tarde, durante la Edad Media, fue reemplazado por las jarras de cerámica o de estaño.
En la copa, todo debe estar enfocado para resaltar el vino y no para decorar la mesa, la copa ideal es de cristal incoloro para que el buen aficionado pueda, desde el principio, disfrutar con la simple vista de su bebida predilecta, así como apreciar su color.
El pie de la copa, permite que la operación de hacer girar el vino para apreciar mejor su aroma, sea más fácil, finamente, la forma tiene tal importancia que en todas las regiones cuya cocina gira alrededor del vino, el vaso presenta aspectos distintos y originales; existe el tazón blanco de Galicia, ancho y abierto; el "chiquito" en el País Vasco, La Rioja y Navarra, macizo y de paredes gruesas; la "maceta" granadina, parecida al anterior sólo que mucha más pequeña; la "caña" con la que se bebe la manzanilla, estrecha y alta; para el champagne la famosa "flauta" que algunas veces se reemplaza por la llamada "tulipán".
De forma general, los vinos blancos son menos exigentes, en lo que a la forma se refiere, que los vinos tintos. Las copas "balón" son muy anchas y en ellas el vino tiene una superficie excesiva de contacto con el aire, favoreciéndose la oxidación excesiva de los vinos blancos e impidiéndose, en parte, la concentración de los éteres en los vinos tintos.
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